Aunque con orígenes en la democracia ateniense y luego a través de tímidas aplicaciones en la República romana, los poderes públicos modernos tuvieron su origen en el desarrollo gradual del parlamentarismo en Gran Bretaña y luego, en las revoluciones estadounidense y francesa. A partir de ahí, se estableció con claridad una división entre tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial.
Han pasado los años y eso se mantiene, aunque en algunos países han pretendido innovar, sin mucho éxito.
Poderes tradicionales y su evolución
El control del monarca por parte de un parlamento tiene su origen en Gran Bretaña desde el Medioevo. Pero no fue hasta la consolidación de la revolución en Estados Unidos, que dio origen a su independencia, cuando la separación tuvo una de sus principales innovaciones; la separación estricta del poder ejecutivo del legislativo y una visión federalista del legislativo, con la creación de una cámara de representación popular y otra de representación territorial.
Además, a cada poder público le fueron asignadas funciones específicas, por lo que cada uno puede ejercer su poder y así, forzar consensos.
Innovaciones poco efectivas
Todo eso representó un antes y después en la separación de poderes, pero hoy es visto como tradicional. Países como Venezuela crearon dos poderes públicos adicionales: el Ciudadano, donde agruparon al Contralor, Fiscal y Defensor del Pueblo, y el Electoral, compuesto únicamente por el órgano que convoca y organiza elecciones.
A pesar de esto, los nuevos poderes siguen dependiendo de una designación parlamentaria y su creación no impidió que Venezuela se transformara en un régimen autocrático. Otros países como Bolivia han intentado innovar con elecciones directas para el poder judicial, pero el desconocimiento de la población y el control partidista las han hecho fracasar, al triunfar el voto nulo.